bibliocuentos

Cuento de Andrea Sorchantes.

Una invitación perdida

Jaime era un adolescente terriblemente desordenado, como todos los de su edad, pero él había convertido este mal hábito, en un apostolado. Cada vez que llegaba de la secundaria, iba dejando tirados sus libros por donde pasara, sin fijarse siquiera en lo que hacía. Incluso había llegado a dejarlos caer en la cama de Fito, el perro de la familia. Lo peor, es que el pobre Fito estaba en su cama y recibió un fuerte golpe en la cabeza. Pero esto no sirvió de escarmiento a Jaime, quien se preocupó por el bienestar de su mascota, pero no dejó de ser desordenado.


Claro que los padres de Jaime estaban muy preocupados por su condición desprolija crónica y consultaron con docentes y psicólogos, pero todos los consejos que les dieron, resultaron infructuosos. No había forma de concientizar al joven acerca de la importancia de ser ordenado en la vida.

El descuido de Jaime no se quedaba en sus objetos personales, el joven lo extendía a todos los ámbitos de su vida. Cuando los profesores le indicaban una tarea, el olvidaba hacerla, o la hacía en cualquier cuaderno y luego no sabía dónde la tenía. También tenía problemas a la hora de guardar información en su computador, pues jamás nombraba las carpetas para guardar la información, de modo que tenía un caos infinito de carpetas irreconocibles.

En ocasiones, el adolescente se sentía muy triste y frustrado por los problemas que le ocasionaba su desorden, como cuando su abuela le regaló una suma de dinero importante para que se comprara una motocicleta, pero la perdió entre el caos terrible de su dormitorio y pasaron años antes de que alguien encontrara nada.

Pero como la vida siempre está dispuesta a darnos lecciones, Jaime tuvo que aprender finalmente, pero de la peor manera. Cuando llegó la fiesta de graduación de la secundaria, se presentó la oportunidad de invitar a la joven de la cual había estado secretamente enamorado durante años. Era la chica más hermosa de la ciudad y todos querían conquistarla.

Era tan popular que podía darse el lujo de ser muy exigente y por diversión, solía poner a sus galanes a prueba. No eran pruebas sencillas, sino todo lo contrario, por eso, cuando Jaime finalmente se decidió a invitarla, debió sufrir las consecuencias. Era bastante tímido, así que envió la invitación a su correo electrónico y ella le contestó que lo acompañaría si podía hacerle el poema más hermoso.

El pobre Jaime se las vio en figurilla para resolver su prueba. No quería ser desleal y pedir a alguien que escribiera el poema por él, de modo que lo hizo de la manera correcta. Leyó a los grandes poetas de la historia y pidió ayuda a su profesor de literatura, pasó muchísimas horas creando versos y destruyéndolos, hasta que logró un poema que le convenció. Encomendándose a las musas, Jaime le envió el poema a su amada, rogando que le gustara. Y así fue.

La joven le contestó que aceptaba la invitación y como no lo conocía, pedía que le recitara de memoria el poema en la fiesta para saber que era él. Jaime quedó encantado con la respuesta, le parecía muy romántica la idea de acercársele recitando su poesía.

Pero como les dije, la vida nos da lecciones. Cuando llegó el día antes de la fiesta, Jaime se dispuso a memorizar su poema, pero no lo encontró. Buscó nuevamente, utilizó los buscadores, revisó en su correo, pero nada. En ninguna parte estaba el poema. Y no era de extrañarse, ni el mejor experto programador podría ordenar aquel desastre informático. El muchacho pasó las siguientes veinte horas buscando su dichoso poema sin éxito. Tampoco podía recordar ningún verso del mismo, como para intentar salir del paso. Todo era inútil. Desconsolado, se bañó y se vistió para asistir a la fiesta con la esperanza de poder solucionar su situación.

Cuando llegó a la fiesta, la joven de sus sueños estaba rodeada de admiradores como siempre, pero se dijo que intentaría de todas formas convencerla para escucharlo. Se acercó hasta ella y le dijo quién era. La joven lo miró seriamente y le pidió recitar el poema, cosa que todos los admiradores escucharon y aprovecharon para tomar alguna ventaja. Al instante se improvisaron como veinte poetas que recitaban versos disparatados y no tanto, incluso alguno logró recordar algún poema célebre y con él impresionar a la joven.

El pobre Jaime era el único que no atinaba a decir nada. Pero la joven decidió darle otra oportunidad y le pidió que recitara lo que su corazón le dictara. Y fue lo que hizo el joven enamorado, pero con muy mala pata, porque de sus labios brotaron toda clase de tonterías incoherentes que nadie llegó a comprender, pero que provocaron las burlas de todos los presentes. La humillación fue tan grande, que Jaime salió corriendo de la fiesta y ya no regresó, a pesar de que la joven lo animaba para que no se sintiera mal.

Fue de esta triste manera que Jaime comprendió que el desorden no nos ayuda en nada, pero por el contrario, puede hacernos pasar momentos terribles al perder lo que más nos importa.


FIN


Andrea Sorchantes, es el seudónimo empleado por la escritora uruguaya, Isabel Gallo (nacida el 25 de enero de 1961 en Montevideo, Uruguay), para la recreación libre de cuentos infantiles en la página: www.cuentos-infantiles.org .

Entre sus diversas facetas, combina su tarea creativa como narradora y poeta, con la docencia ocasional en literatura, la corrección de estilo, la performance y el clown. Ha presentado diversas propuestas performáticas en los círculos artísticos locales, donde se fusionan la poesía, el teatro y la música.

Comenzó su actividad artística a edad tardía, incursionando en diversos talleres literarios y en los círculos del under literario de su país. Cursó estudios en Letras y Corrección de estilo, así como también en diversos talleres de teatro y performance.

En la actualidad se desempeña como editora de páginas Web donde publica sus cuentos infantiles. Colaboró con diversas publicaciones de su país, como Revista Guita, Revista Alter, entre otras.

Ha recibido algunos reconocimientos en concursos literarios locales, tanto en narrativa como en poesía. Sus narraciones figuran en libros colectivos, “Del Taller” (2001, 2002, 2003); “Premio Paco Espínola (2007). Hasta el momento se ha negado a publicar poesía, la cual difunde a través de sus performances y de su Facebook

Facebook: Isabel Gallo (Andrea Sorchantes) |Biografía de Andrea Sorchantes



UNO

El se sentó a esperar bajo la sombra de un árbol florecido de lilas.

Pasó un señor rico y le preguntó:
-¿Qué hace usted, joven, sentado bajo este árbol, en lugar de trabajar y hacer dinero?
Y el hombre le contestó:
-Espero.

Pasó una mujer hermosa y le preguntó:
-¿Qué hace usted, hombre, sentado bajo este árbol, en lugar de conquistarme?
Y el hombre le contestó:
-Espero.

Pasó un chico y le preguntó:
-¿Qué hace usted, señor, sentado bajo este árbol, en vez de jugar?
Y el hombre le contestó:
-Espero.

Pasó la madre y le preguntó:
-¿Qué haces, hijo mío, sentado bajo este árbol, en vez de ser feliz?
Y el hombre le contestó:
-Espero.

DOS

Ella salió de su casa dispuesta a buscar.
Cruzó la calle.
Atravesó la plaza.
Y pasó junto al árbol florecido de lilas.
Miró rápidamente al hombre.
Al árbol.
Pero no se detuvo.
Había salido a buscar.
Y tenía prisa.

El, con una sonrisa, la vio pasar.
Alejarse.
Hacerse un punto pequeño.
Desaparecer.
Y se quedó mirando el suelo nevado de lilas.

Ella fue por el mundo a buscar.
Por el mundo entero.

En el Norte había un hombre con los ojos de agua.
Ella preguntó:
-¿Sos el que busco?
-No lo creo. Me voy –dijo el hombre con los ojos de agua.
Y se marchó.

En el Este había un hombre con las manos de seda.
Ella preguntó:
-¿Sos el que busco?
-Lo siento. Pero no. –dijo el hombre con las manos de seda.
Y se marchó.

En el Oeste había un hombre con los pies de alas.
Ella preguntó:
-¿Sos el que busco?
-Te esperaba hace tiempo. Ahora no –dijo el hombre con los pies de alas.
Y se marchó.

En el Sur había un hombre con la voz quebrada.
Ella preguntó:
-¿Sos el que busco?
-No. No soy yo –dijo el hombre con la voz quebrada.
Y se marchó.

TRES


Ella siguió por el mundo buscando.
Por el mundo entero.
Una tarde, subiendo una cuesta, encontró a una gitana.
La gitana la miró y le dijo:
-El que buscas te espera en el banco de una plaza.

Ella recordó al hombre con los ojos de agua.
Al hombre que tenía las manos de seda.
Al de los pies de alas.
Y al que tenía la voz quebrada.
Y después se acordó de una plaza.
Y de un árbol con las flores lilas.
Y de aquel hombre que, sentado a su sombra, la había visto pasar con una sonrisa.

Dio media vuelta y empezó a caminar sobre sus pasos.
Bajó la cuesta.
Y atravesó el mundo.
El mundo entero.
Llegó a su pueblo.
Cruzó la plaza.
Caminó hasta el árbol florecido de lilas.
Y le preguntó al hombre que estaba sentado a su sombra:
-¿Qué hacés aquí, sentado bajo este árbol?

El hombre que estaba sentado en el banco de la plaza le dijo, con la voz quebrada:
-Te espero.

Después levantó la cabeza.
Y ella vio que tenía los ojos de agua.
Le acarició la cara.
Y ella supo que tenía las manos de seda.
La invitó a volar con él.
Y ella supo que tenía también los pies de alas.


Autora: María Teresa Andruetto
Colección Dulce de Leche
Editorial Nuevo Siglo S.R.L.




-¡Las compras! ¡No hice las compras! –exclamó afligida Luisa.
Eran las 11.
Luisa tomó la canasta, no se sacó el delantal. Había intentado hacer una sopa pero no tenía zapallo, ni papas, perejil tampoco.
La verdulería quedaba a tres cuadras.
Luisa abrió la puerta del departamento, salió y cerró con llave previo golpecito. ¿Cuándo arreglaré la cerradura?, pensó.

Recorrió el largo pasillo, bajó lentamente la escalera, escalón por escalón, bien aferrada a la barandilla. Pesaban los 10 años de viudez, la ausencia de los hijos, la lejanía de los nietos. “Sopa con zapallo y perejil para Carlitos”. “Mucho, abuela”. “Aprendé de tu hermano, tomó la sopa”

A Luisa le tembló la mano cuando apretó el picaporte de la puerta de calle. “El abuelito no resistió la operación, el corazón estaba muy débil”.

Al abrir la puerta, el sol la encandiló. Cuando se repuso del impacto de la luz, vio un globo azul en la vereda, al lado de ella, a los pies. Luisa miró a un lado y al otro, buscando al niño que había extraviado el globo azul. Nadie. Levantó la vista; en los balcones no había niño, ni hermano, ni empleada, ni madre, reclamando el globo azul.

-¡Un globo! ¡Oigan!

Luisa bajó la vista al globo que permanecía a los pies.
-¿De dónde saliste vos? –Luisa sacudió la cabeza como para alejar ideas, porque le pareció ¡qué locura! ¿El globo le había sonreído? ¡No! No puede ser, los globos no sonríen.

Luisa caminó, el globo también, siempre a los pies. Al llegar a la esquina Luisa se detuvo, el globo azul también.
De pronto, en la otra esquina, transversalmente, apareció un hombre canoso. Vestía camisa blanca, pantalón marrón, chaleco gris.

El hombre cruzó la calle, se acercó a Luisa que no salía del asombro, porque la aparición de este señor como la del globo fue misteriosa, y preguntó:
-¿El globo es suyo?
-¡No!
-Entonces se lo llevaré a mis nietos.
El hombre canoso tomó el globo azul y desapareció.

Luisa dio la vuelta y regresó al departamento; olvidó las compras. Subió la escalera de prisa, nunca antes lo había hecho, sintió algo extraño en su interior. ¿Qué le estaba sucediendo?
Abrió la puerta del departamento previo golpecito. Al pasar por el espejo del living se detuvo a mirarse: Demasiadas arrugas, pensó, y recordó lo que había vivido minutos antes. No entendía nada.

Esa tarde, a las 4, se acordó de que aún no había hecho las compras. ¡Qué descuido!
La verdulería quedaba a tres cuadras.
Tomó la canasta, antes de salir se acercó al espejo “espejito mágico”. Bajó la escalera. Al abrir la puerta de calle, el sol la encandiló. Cuando se repuso del impacto de la luz, vio el globo azul en la vereda, al lado de ella, a los pies.
Luisa miró a un lado y al otro. Nadie. En los balcones, no había niños, ni hermanos, ni empleada, ni madre, reclamando el globo azul.

-¡Oigan! ¿De quién es este globo?

Luisa nerviosa caminó hacia la esquina, el globo también, siempre a los pies. Al llegar a la esquina se detuvo, el globo azul también.
De pronto, apareció el hombre canoso que transversalmente cruzó la calle. Luisa tembló y un rubor afloró en sus mejillas. Le ardían.

El hombre canoso la miró y le preguntó:
-¿El globo azul es suyo?
-¡No!
-Entonces se lo llevaré a mis nietos.
El hombre canoso tomó el globo azul y desapareció.
Luisa demoró en dar la vuelta; pensativa, algo más que alegre, regresó al departamento.

Esa noche no pudo dormir. Los ojos del hombre canoso estuvieron presentes en ella casi todo el tiempo. ¡Al fin!, durmió una noche nueva.

A las 11 de la mañana del otro día se acordó de que aún no había hecho las compras. La verdulería quedaba a tres cuadras.
Tomó la canasta, se sacó el delantal, arregló sus cabellos, alisó su vestido nuevo, calzó los zapatos y dibujó una sonrisa.
Bajó la escalera deprisa.

-Adiós, doña Luisa. ¡Qué bien se la ve hoy!
-Gracias Valentina.

Luisa abrió la puerta de calle; el sol la encandiló. Cuando se repuso del impacto de la luz vio el globo azul en la vereda, al lado de ella, a los pies.
Repitió el movimiento de mirar a un lado y al otro. Nadie reclamaba el globo, en los balcones tampoco.

Caminó nerviosa hacia la esquina, el globo azul también.
De pronto, apareció el hombre canoso.
Luisa lo esperaba.
El hombre canoso cruzó transversalmente la calle. Luisa sonrió al sentir la cercanía del hombre.

El la miró a los ojos. Ella se ruborizó. El hombre canoso bajó la mirada y le preguntó al globo azul:
-¿Es suya esta abuela?
-¡No! –contestó el globo.
-Entonces se la llevaré a mis nietos.
El hombre canoso le ofreció el brazo derecho a Luisa.
-¿Me acompaña?
Caminaron juntos por la vereda, el globo azul también.

Autora: Julia Rossi
Colección Dulce de Leche
Editorial Nuevo Siglo S.R.L.



2010 bibliocuentos Adaptación de Plantillas Blogger
Diseñado por Garabatos sin © (2009/2013)
RECURSOS UTILIZADOS:
★Menupeque★ Proyecto Bibliopeque
● Black Horizontal Menú OnlyCssMenu ● Botones con CSS VAGABUNDIA
●Sombras con CSS ♥ GEMABLOG ♥ ●Los estilos de borde ♥ El balcón de Jaime ♥
Ir Arriba